"El que se la queda, pierde."
Una frase que parece de moda, pero que encierra un significado mucho más profundo.
Les contaré mi historia. Tuve una pareja con la que vivía, compartíamos todo: amor, sexo, compañía. Pero con el tiempo, todo cambió…
Comenzaré por lo más doloroso, para dar contexto.
Vivíamos prácticamente como uno solo. Nos consumíamos en pasión, en cercanía. Lo único que nos causaba conflictos era el aspecto financiero. Ella tenía mejores ingresos que yo. Nunca fue un problema grave, pero la diferencia era evidente.
Un día consiguió trabajo en una de esas tiendas de cadena que empiezan con "S". Hablamos antes de que entrara; le advertí de los riesgos de ese ambiente: un mundo laboral plagado de hombres que suelen buscar aprovecharse, halagar, levantar el ego de las mujeres con tal de llevarlas a la cama. Ella escuchó atenta, me dijo que entendía, y comenzó a trabajar.
Al poco tiempo, me confirmó lo que le había advertido: ya la estaban chuleando, invitando a salir, adulando sus cualidades. Comenzó a sentirse especial, distinta, superior. Nuestro amor comenzó a deteriorarse. Ella se dejó envolver por esas voces externas. Creía tener un lugar privilegiado dentro de esa tienda.
Las cosas cambiaron. La conexión entre nosotros se volvió fría.
Hasta que un día, simplemente me corrió de la casa. Me fui.
Tiempo después, cuando fui por mis cosas, ella no estaba. Al vaciar mi computadora de archivos personales, encontré los suyos… y también a otros hombres.
Sí, había caído en la infidelidad. No con uno, con al menos tres.
La decepción fue brutal: material explícito con uno de ellos, fotos en hoteles con otro, y hasta imágenes dentro de mi casa, en mi cama.
Mi corazón se rompió.
Con el tiempo, todo explotó. Comenzaron a llegar fotos anónimas mostrando su comportamiento. Ya todo el mundo murmuraba sobre ella.
Después, intentó volver. Me dijo que quería arreglar todo.
Y yo, estúpidamente, la perdoné. Lo intentamos.
Nos fuimos a Cuba, supuestamente para revivir nuestro amor…
Pero ella decidió llevar a su madre, una mujer sin escrúpulos, que no tendría problema en vender su cuerpo a cambio de comodidad. Todo fue una pesadilla. Mientras yo intentaba reconstruir lo nuestro, ella le mandaba fotos del viaje al tipo con el que se estaba acostando.
Al volver, ella se fue a vivir con él.
Y ahí es donde entra la frase:
"El que se la queda, pierde."
El tipo comenzó a buscarme, a burlarse. Me decía que "me la había ganado", que ahora era de él, que hasta me iba a golpear por ser su ex. Un nivel de bajeza increíble.
Al principio, sí… me dolió. La extrañaba. Su ausencia era como un vacío insoportable.
Pero con el tiempo vino la claridad.
Me puse a reflexionar:
¿Realmente quería seguir con ella?
Y recordé cosas.
Yo ya no disfrutaba de su compañía.
La intimidad me aburría.
Su cuerpo ya no me atraía.
Tenía un trasero pequeño y mal formado. El tiempo ya había dejado huella.
Su conversación era hueca, ignorante, y su personalidad comenzó a disgustarme.
Su carácter, que antes soportaba con tal de evitar peleas, ahora me parecía intolerable.
Su TOC, sus traumas de relaciones pasadas, el perfil corriente de su familia...
Todo estaba por debajo de lo que yo buscaba en una relación.
Su idea de "superarse" era mediocre, sin ambición real.
Y entonces comprendí:
No era tristeza lo que sentía.
Era el golpe al ego.
Si ella no me hubiera dejado, yo la habría terminado.
Yo ya no quería seguir ahí.
Cuando acepté eso, todo cambió.
Incluso llegué a pensar que si ella volvía, sólo me interesaría su cuerpo, no su compañía.
Y así fue.
Ahora ella vive con él. No sé si son felices o si pelean. Y la verdad: me da igual.
Cada vez que anda cerca de donde estoy, corre a verme solo para tener sexo.
Yo simplemente me satisfago, y luego… se la regreso bien “cargada” a su esposo.
Que él la mantenga, la aguante, la escuche.
Yo solo la uso.
"El que se la queda… pierde."
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